Pitita Ridruejo era la esperanza milagrosa de una España que vivía en exceso, lujo y esplendor. Mujer de presencia faraónica se construyó públicamente a sí misma retroalimentando al mismo tiempo un personaje pop y excéntrico que acicalaba con cardado, manicura y diamantes. Había aprendido curanderismo y medicina milenaria en Filipinas y con su imposición de manos quitaba la faringitis a Francisco Umbral mientras veía la Virgen en El Escorial. Tenía mucho de dama de caballero andante, -su marido era diplomático-, pero también de pastorcilla con mucha fe.
Andy Warhol y Federico Fellini eran sus preferidos en conversación con periodistas. Me contaba en su aristocrática casa madrileña, a finales de los ochenta, que en su entrevista al artista americano del pop art en un hotel madrileño, éste quiso descolocarla recibiéndola con todo tirado; pero ella ni se inmutó, se sentó en el suelo y le felicitó por el buen gusto y originalidad. El director de ¨La dolce vita¨ le hizo una prueba; pero pudo el matrimonio y se fue de Roma a Londres con el regalado traje que apareció en Romeo y Julieta.
Su casamiento con el embajador de Filipinas Mike Stianopoulus, de origen griego, no la elevó a la fama, más bien alcanzó la gloria con las apariciones marianas de El Escorial. Para una mujer tan divertida como ella las alturas celestiales eran cosa muy seria y se declaraba conmovida por la pureza de la Virgen. Esperanza Ridruejo desprendía santidad y Pitita campechanía de juego de niños, de donde le venía el apelativo. Con su andar colosal miraba al cielo pero bajaba a tierra a tomar un plato de callos madrileños. Era la Warhol española con el pop de Pacos Umbrales, Jaimes De Mora y Aragón, Alfonsos de Hohenloe o Marujitas Díaz y Gunillas Von Bismarck.
La primera aparición de la Virgen en El Escorial, en los años setenta, decía que le había cambiado la vida y algunos cuadros reflejan esa brillantez celestial. Pintaba y muchos de esos trabajos colgaban en las paredes de su casa, otros eran de afamadas firmas reflejándola como dama y señora. Su vivienda palaciega presentaba techos altos y ventanales con contras siempre cerradas para evitar el sol en los muebles y las miradas callejeras. La luz artificial estaba siempre encendida y en ese plató de hogar queda mi recuerdo con álbumes y más álbumes en armarios y estanterías reproduciendo toda una vida de codeo con lo más famoso del mundo. Mucho se ha hablado de su relación con la reina Isabel segunda; pero su amistad real en el Palacio de Buckingham era la hermana de la Reina, la princesa Margarita, la moderna y díscola de la familia.
Pitita, Doña Esperanza se retiró a clausura tras la muerte de su marido. Clausura casera próxima al Palacio Real, al Café de Chinitas y a la Iglesia Convento de la Encarnación, dónde iba a misa. Ese triángulo es su pasar y permanecer.
Afilada en la nariz y aguileña en los ojos, presentaba barniz de actitud natural en todo lo que hacía. Se ha ido con las danzas del sol y los prodigios marianos. Nunca estuvimos tan cerca de la gloria como cuando la veíamos caminar como palmera de la Jet Set.
Pilar Falcón