En verano mirar observando forma parte del empleo dado al tiempo libre. Así llegamos a conclusiones sobre realidades que aunque nos rodean convivimos con ellas sin más. Desde que el ser humano se hizo sedentario hemos creado un modo de vida estable que ha ido evolucionando estéticamente según el contexto. Hablar de arquitectura gallega no es la mejor elección para elogiar una Comunidad Autónoma que tiene tanto que decir en rías, playas y espacios naturales.
Galicia ya no es un tópico que ha crecido fea y que no tiene solución. Se han creado edificios sin sentido cuando ese es uno de los fines con los que nació la arquitectura como una de las siete Bellas Artes al lado de la escultura, la pintura, la música, la literatura, la danza y el cine. Ese feísmo reconocido nos hace pensar más en una involución que en un desarrollo en positivo. Dentro de este concepto antiestético el mundo rural y urbano caminan bastante parejos alejados de la piedra y la madera, elementos que ayudan pero no siempre aseguran convivencia con el entorno.
Las entradas a Lugo, Orense, Vigo, Santiago, La Coruña, Pontevedra y cualquiera de las grandes concentraciones de poblacion en Galicia son representativas del desenfreno en el levantamiento de construcciones. Las galerías y balconadas son foto turística de lo que se conserva del pasado en redes sociales, televisiones y prensa. No se ha copiado lo bien hecho en los ensanches de las ciudades y en el mundo rural se sigue simpatizando con modelos sin plano, autopromoción y sin tener en cuenta el entorno con parcelas y sus cierres. Si unimos a eso la costumbre por no finalizar las obras y la falta de control urbanístico el caos seguirá marcando la visión por encima del paisaje natural que caracteriza la esquina húmeda de España.
Los emigrantes gallegos que han construido modelos arquitectónicos foráneos disfrutan más metidos entre las cuatro paredes de sus creaciones que con las peculiaridades y acabados de la arquitectura gallega que no tiene porque ser tradicional pero sí mantener alturas y remates que hablen de embellecer. Las autoridades tienen mucho que decir y les falta hacer sin pensar que ello pueda crear compromiso en el futuro electoral.
El maltrato del territorio debería estar castigado porque es abusivamente reiterativo y nos impide disfrutar de armonia ambiental. Año tras año se confirma que las vacaciones de verano nos iluminan en esta triste realidad. Se necesita la imposición de directrices con obligado cumplimiento. Y que lo veamos disfrutando.
Pilar Falcón