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El calendario de desescalada gubernamental desprende el diapasón emocional de la gente. Las caceroladas de balcón pisan la calle gritando voluntades que cocinan para recuperar lo perdido. La escarapela roja que promete la libertad, la igualdad y la fraternidad presenta los colores de la bandera española en plazas, ventanas y coches; mientras las voces en los medios de comunicación venden malas previsiones económicas frente a mejoras sanitarias.
El sentir callejero es de ingredientes con caballero andante que acepta un cara a cara con el Covid-19 y la pimienta es un Sancho que se ve como ciudadano reclamando ínsula de acción. La responsabilidad embiste al comunismo y, al tiempo, despide con aplausos a Julio Anguita, el Califa Rojo al que se le han rendido honores infringiendo la distancia marcada por mascarillas. Los pueblos tienen siempre incoherencias que conviven y dan sentido a la normalidad. Compramos en tiendas de chinos al tiempo que analizamos que nos están invadiendo el mercado y acabando con el comercio local. Son empresas chinas que emplean a los suyos, que venden material fabricado por ellos y cuyos ingresos se van a bancos chinos para aumentar las reservas de su país en divisas. Un país con billones de dólares en divisas que le permiten comprar las empresas de materias primas en África y América Latina. Con ello controla la economía mundial y así tenemos a la China comunista apoderándose de las economías capitalistas del mundo occidental y, además, luciendo esos éxitos con pecho orgulloso y cara limpia.
Mientras mirábamos lo que nos llegaba por el sur y desde América Latina, familias y redes chinas se han implantado en España, sin ruido y tejiendo negocio. Al tiempo que nos entreteníamos, pareciéndonos todos iguales, se iban convirtiendo en el Jackie Chan reconocido por carta de humilde presentación como economía en desarrollo.
El comunismo tiene caras y una de las más amables se ha ido con Julio Anguita. El hace buenos los tiempos de convivencia ideológica, los llamados tiempos de pinza y de las dos orillas. Seguidores de sus siglas como Alberto Garzón afirma que el turismo no tiene valor añadido y hace más profunda la pérdida del califa. Anguita se merecía el nombre de Don Julio aunque te recibiera en su casa con zapatillas, o quizás por eso. El pelo blanco de sus últimos años sólo consiguió dar brillo a una sonrisa sincera con resplandor de gente coherente. Ser comunista y respetado por contrincantes está lejos de lo que tenemos en nuestro panorama político. La coherencia del que fue líder de IU y del PCE deja estilo y confirma que todo tiene su curso y diferentes grados de desarrollo. No creo que consintiera cinco coches de policía delante de su casa, un piso de profesor, sin más. Renunció a su pensión de extraparlamentario porque no tenía grandes gastos; pero, sobre todo, por mantener el equilibrio con su estado interno. El tiempo es todo y da perspectiva, pena que haya que esperarlo mientras se juega a los experimentos.
Pilar Falcón
¡Gran artículo, sin pelos en la lengua!