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Este verano el campo ha venido a darnos emoción y hacernos palpar sin tocar. Su modelo de reinventarse da sentido y ha obligado a desaprender que hemos cometido el error de creernos que lo adquirido era para siempre.
El campo y su pulso rural obliga a poner rodilla en tierra y conectar con las raíces naturales. Poco, o nada, hay seguro y el mes que termina lleva el sello de vivir los instantes.
No sé si era ratón o topo el gato negro quería jugar en el prado. El topo, o raton, huía a cada zarpazo hacia el agujero; pero el minino aceleraba el movimiento para seguir su ritmo sin permitirle la escapada. No mostraba prisa sino recreo en la caza. Llegado el momento de finalizar la suavidad del toque entre los dos, la escena toma acercamiento y se lleva a cabo la acción del gatuno subiendo en alto la presa, como ofreciendo el ritual a los dioses. Cada vez hay más gatos en los prados vecinales y más molinos aerogeneradores en las montañas del fondo. Las vacas hacen siesta y cruzan las piernas como esperando que les ofrezcan el café. Se mueven solas, el pastor es recuerdo de antaño; no hay perro y duermen todos los días fuera de casa. Te siguen con la mirada mientras rumian altivas y hasta se atreven a parir solas rodeadas de compañeras, que dan la espalda al acontecimiento, y bajan la cabeza para un nuevo bocado de hierba. En la tertulia mueven los labios sin abordar el futuro y reconducen a imágenes de nuestra infancia calmando nervios sobreexcitados por la realidad política y social. Hay más vacas que gente; lo mismo ovejas y cabras y los caballos, que están donde menos te esperas, aguardan el domingo para pasear al dueño.
La emoción ha puesto ante nosotros un verano que tiene mirada larga porque sólo choca con el horizonte natural. En estos momentos las buenas noticias venden más que las malas, y son necesarias por más que algunos nos hagan vivir lo contrario con informaciones de poses y efectos que ocultan mucha verdad. Tristemente la política vuelve a nuestras vidas hablando del gobierno negociando con el gobierno, de presupuestos insensatos, de la remanente de los ayuntamientos que no pueden hacer uso, de la caída de los turistas o de la competición por conseguir la vacuna, una carrera ésta que es como el Tour de Francia, donde seguramente no ganará el mejor.
Tras el primer verano Covid-19, estamos en la rentrée de septiembre. El pueblo y la montaña han dado respiro a los visitantes que han querido serlo uniéndose a la madre naturaleza y al espíritu de los espectadores. Sabiendo que venimos profundos en nosotros mismos no debería costarnos el curso escolar y político. Nuestras propuestas son más interesantes y tienen las palabras justas de una naturaleza que está confiada en su función de escuela. Debemos mirar lo que hace y sigue haciendo frente a nosotros que hemos tenido que modificar hábitos y costumbres. Nos habla que no hay que confundir lo que es vida con lo que no lo es, y esa se ha convertido en asignatura del nuevo curso.
Por lo que al espíritu de los espectadores atañe conviene no ojear adelante, ni hacia atrás sino al firmamento en busca de la propia estrella.
Pilar Falcón