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El rey Fernando VII en la conocida como «década ominosa», en su última etapa del absolutismo fernandino, institucionalizó y regularizó el Consejo de Ministros. Lo hizo por Real Decreto y la primera reunión registrada en acta consta del 3 de enero de 1824. En aquel año se reunieron en 42 ocasiones. En principio lo hacían una vez por semana, más tarde dos días: martes y sábado, y podía haber sesiones nocturnas y extraordinarias sobre temas monográficos.
Según se deduce de las actas, el Consejo se reunió desde sus comienzos y hasta 1825 en el Palacio Real, es decir, su católica majestad estaba en casa y sólo tenía que cambiar de habitación. «El deseado» se reveló como un soberano absolutista y el pueblo le devolvió la moneda considerándolo una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de aduladores su forma de actuar respondió a la de su propia supervivencia y los muchos historiadores le han dejado escrito adjetivos descalificadores en abundancia. Tanto es así que representa el monarca peor tratado por una buena parte de la historiografía de toda la Historia de España.
Los consejos de ministros eran muchas veces partidas de billar entre su camarilla, que le dejaban las bolas situadas para que hiciese carambolas sucesivas, y de ahí viene el dicho «así se las ponían a Fernando VII».
Nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tiene otros juegos de precisión que practicar. Tendrá que impulsar con el taco para que la reforma laboral ruede por la mesa aterciopelada del tablero del Consejo de Ministros de la Moncloa, que ahora será dos veces a la semana hasta finales de año.
Llega el acelerón para decisiones económicas del Ejecutivo que lleven a la recuperación española amenazada por el paro y la crisis económica. Amarrada la legislatura con los presupuestos, que pasan al Senado, ya somos testigos de protestas a la pugna de la reforma laboral y las subidas del IPC y de la luz. Por encima de la sanidad, los políticos y los peligros del Covid, el último barómetro indica que los ciudadanos se muestran preocupados fundamentalmente por el paro y la crisis económica.
Con unos presupuestos aprobados con gran mayoría, el gobierno planea un gasto social récord y quiere enfocar la recuperación acompañada de los fondos europeos. Necesita más oportunidades para poner en marcha las decisiones y Santa Claus está llegando a la ciudad con candil en la mano y con una subida en la pensión del 2,5 %, que regala más impuestos y una inflación que quiere quedarse hasta 2023. La pandemia no está rematada y las troneras, que permiten disparar la artillería desde todo tipo de fortificaciones y desde los barcos, se ven abiertas sobre el mantel de billar. A ellas hay que apuntar y por ellas deben entrar las bolas. Meterlas todas; pero a excepción de una que debe sostenerse al borde. Y esa es la negra.
Pilar Falcón