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Es importante empezar diciendo que de protocolo queda poco en los actos que vemos habitualmente en la vida política. Nos lo hemos llevado al servicio personal de cada uno y lo que es un arte de correcta etiqueta en el respeto, la cortesía y la armonía se ha quedado en un hola mañanero de patio carcelario o de colegio. La ronda de consultas para una investidura ya es algo habitual, Don Felipe lleva la décima en nueve años, una menos de las que realizó su padre en treinta y nueve que reinó. Estas visitas nos ofrecen ante el monarca el señorío que tienen los políticos españoles.
Encajar las piezas del puzle de la gobernabilidad implica apretones de manos y, como la propia Historia dejó marcada, este hecho de ofrecer la mano derecha al contrincante asegura que no se va a sacar la espada. Sí, nació como un gesto de paz porque al mover la mano se aseguraba no llevar nada escondido bajo la manga. La utilidad actual dificulta la interpretación resultando compleja y ambigua. Si algo no ha cambiado es que al mismo tiempo se puede desear que parezca un accidente. Nunca sabremos de la descarga recibida por Felipe VI al estrechar la mano de Santiago Abascal, Yolanda Díaz, Alberto Núñez Feijóo, Pedro Sánchez o el diputado nacionalista vasco, portavoz de UPN en la Cámara Baja, Aitor Esteban. Una desearía preguntarle ¿quién da la mano blanda, majestad?.
El Covid-19 obligó al codo con codo y el puño con puño, comportamientos que hoy tendrían un significado más personalizado y estarían a la altura de las circunstancias. Que ERC, Junts o Bildu no pasen por Zarzuela es una pena porque nos impiden ver lo que intuimos con el jefe del estado, rey o ciudadano de a pie que vive en palacio. Rechazar un apretón de manos está mal visto y habla en todos los idiomas. El saludo que se le da al rey deja mucho que desear. Los hay que entran por la puerta con el brazo estirado antes de estar a un metro de distancia, como un corredor de fondo que acelerado entrega el testigo. Con el libro de normas protocolarias en la mano todos ellos podrían estar saludándose en un casino.
Una correcta etiqueta es ejemplo de comportamiento. Si hay protocolo para determinar el orden de importancia de los participantes, a la hora del contacto físico no parece aplicarse. Hay ráfaga de libre albedrío como si estuviera en sintonía con todo lo que se respira. Domina lo que pide el cuerpo. En la vestimenta de las señoras no se justifica el desenfado por mucho calor que nos invada. Habría que decirles que cubrirse los hombros es algo más que protegerse del frío. Al rey deberían de acercarse todos con actitud respetuosa y manteniendo una postura correcta, realizar una leve inclinación de la cabeza en señal de respeto y es fundamental que sea el rey quien alargue su mano. Una vez ocurrido esto se puede estrechar suavemente y siempre de manera breve. Los gestos excesivos y prolongados no entran como saludo protocolario al rey de España. Es un decir porque la realidad nos trae sonrisas de oreja a oreja, hombros que suben y bajan o dos manos que acurrucan la mano real.
Desconocemos el tratamiento que los políticos conceden al rey de España porque el silencio pone música en las imágenes; pero cuesta creer que se escuche Majestad. Tradicionalmente era católica majestad, y dentro de poco la palmada en la espalda sonará en todos los informativos.
Pilar Falcón