Escuchar el artículo – En versión móvil hacer click sobre: Escuchar en el navegador
Llorar hace bien y se llora poco. Si piensa cuando fue la última vez de ese calmante es posible que no sea capaz de poner fecha; pero Francia da posibilidad en los próximos 3 años. Lo chauvinista es hoy división con la crisis migratoria.
La sensación de tener ganas de llorar sin motivo aparente recuerda la intriga que somos y el enigma de nuestras propias emociones. El attrezzo del escenario emocional contiene cerebro, memoria y estado físico, incluso cuando no hay un algo que lo explique. Hoy la frustración puede con el estrés y la tristeza. Se frustran los jóvenes ante la falta de vivienda, los funcionarios que no ven posibilidades de promoción y ascender en sus afanes, los abuelos que añoraban libertad y se ven convertidos en cuidadores de los nietos con hora de entrada y salida o parejas que han pasado a evitarse el saludo tan apasionado en el recuerdo. La lista podría ser larga con hijos denunciando a los padres, separados visitando los juzgados por la custodia del perro y la emigración volviendo a romper vidas. Llorar mirando atrás no es más duro que mirar hacia delante y, sino que se lo digan al que llega en la patera o por avión, que son más.
En Francia la crisis migratoria explica que 4 de cada 6 franceses hayan votado extrema derecha. En España el tema es acuciante y necesario en la agenda política y no solo por lo que llega de Canarias, aún lo es más en el vivir diario de muchas mentalidades que explican las divisiones entre los principales partidos.
Llorar por la muerte de un ser querido parece admitido al ser ese el camino más corto para aliviar el dolor que oprime el pecho y que nos acerca al alma. Hoy no llora ni El Tato, aquel torero sevillano que buscaba todas las ocasiones posibles de salir al ruedo y que tampoco faltaba en feria o fiesta que sonase en el entonces siglo XIX. Lo escrito sobre este maestro dice que quiso seguir toreando incluso con una pierna ortopédica y terminó como repartidor del matadero de Sevilla. Dependiendo de la empatía de cada uno habrá quien llore con el ímpetu y entrega del diestro; pero también puede ocurrir que alguno llore de risa porque la pierna amputada por la embestida del toro Peregrino se expuso durante años en una farmacia en Madrid. Para más inri el establecimiento se calcinó y allá se quedó la pierna convertida en cenizas en el recuerdo de los amantes de la lidia en la plaza de toros.
Llorar con música resultaba placentero en el enamoramiento de la adolescencia y la juventud. Los recuerdos del baile en pareja ahora no son posibles. Habría que hacer una campaña para pedir su regreso y hasta es probable su contribución a bajar separaciones. Hoy el agarrado es un tacaño, el que sigue con las manos en los bolsillos o se va al baño a la hora de pagar. En el antes de hoy estaba la oportunidad de sentir la mejilla de la pareja con la que te estrechabas a ritmo lento y manos que apretaban el sentir del instante. Las canciones venideras no tienen el aroma reposado de mejores augurios. Pensar mucho frustra el impulso que llevamos y la ira sale molestando a nuestro cuerpo. Ah, pero el lloro es lamento, lástima por algo y como comunicación oral está explotado en programas de TV y poco estimulado en el vivir. Cuando queremos llorar no lloramos y a veces lloramos sin querer. El que lo dijo debía saber de lloreras o puede que lo añorase, pero, sobre todo, sabía que llorar por dentro es la nostalgia para la que siempre hay tiempo, es gratis e influye en el ánimo.
Pilar Falcón