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El verano ofrece muchas posibilidades a la vista. Los que trabajan pensando en las miradas alcanzan máxima dignidad si lo hacen desde las Bellas Artes. Crear para deleite del observador es un don tan divino que se magnifica cuando se trata de la escultura. La finalidad sigue siendo el volumen y las diferentes texturas, aunque la escultura moderna rompe con los convencionalismos estéticos y académicos.
El padre de la escultura moderna es el francés Auguste Rodin, y artimañas del destino pusieron en mi camino recordarme que él, el creador de ´El Pensador´, de ´El beso´ y de ´La eterna primavera´ influyó a uno de los gallegos más enraizados al alma gallega. Podemos ver la obra de Eduardo Rodríguez Osorio en la Sala de las Antiguas Carboneras del Conjunto Histórico Artístico de Sargadelos. Allí, en Cervo, espera ojeadas a una tarea de vida, a un fructífero árbol con el ADN de la excelencia y de los afectos.
Eduardo jugó con la tierra que se pone a nuestros pies y la llevó a la cocina. Ese guiso tomó el halo de la intemporalidad y así tenemos para muestra el toque que dan los que tienen el alma blanca, que florecen en ternura y que expanden su polen para semillar un mundo de interiores. A la tierra se unió la madera, porque la carpintería y la ebanistería fueron su escuela familiar. Y de ahí viene el sentir con el tacto y con la marca de las curvas y los huecos juguetones. La luz de lo que llevaba Osorio dentro nos deslumbra con espíritus que donan al aire el aliento de Galicia. Su alma gallega se enriqueció con hombres como Francisco Asorey, Manuel Beiras o Manuel Castro Gil, y pasadas nuestras fronteras, desde Francia, el Rodin de la dulzura o también la monumentalidad en la escultura con Bourdelle. Y siempre la naturaleza con animales de vuelos altos y con ojos abiertos que, en cambio, no aparecen en los hombres y mujeres de esta exposición. La mirada la ponemos nosotros y les damos vida. Es exposición sin tiempo, que viene a ocupar espacio de salida a un encerramiento sin tocarnos y sin vernos. Eduardo Rodríguez Osorio toma su lugar en la escultura y viene a decirnos que nos abracemos, que nos ejercitemos en gestos de ternura porque ellos ganan al tiempo. Este trabajo del renacer de Osorio, que nos dejó hace ya 28 años, debe servir para alimentar el interés por incluirlo dentro de nuestros museos con galería y espacio propio. Él es Galicia, Galicia desde dentro y desde fuera, y siempre alimentándose de raíz. Las instituciones deben sentirse obligadas a devolver esa dedicación. Y mientras tanto, practiquemos los afectos con su manera de ver el mundo. Es el abrazo de Osorio más allá del 22 de julio que termina la exposición.
Pilar Falcón