El Centro gallego de Madrid – 27/09/24

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La galleguidad es amplia, dispersa, universal, única, sentimental y, sobre todo, contagiosa. Camina invadiendo superficies con el arroyo cantarín de su idioma. La galleguidad va y viene agarrada e indisolublemente pareja a los momentos que transcurren sentados, de pie, reclinados  o apoyados frente a una mesa, y no cualquier mesa. Tiene esa tabla personalidad propia con colores gastronómicos que espolvorean mejillones de la ría, el pimentón y el pulpo, o que ponen masa en la empanada, textura en el lacón, requiebro en la patata galaica o gracia en la ajada de un buen tronco de merluza de Burela, sin olvidar el baile de cintura de la ternera lucense. Ser gallego, amigo de Galicia o amante de esta tierra está unido a un remanso de hábitos y costumbres de vino y comida típicos. Es como escribir la i sin el punto o la consonante eñe (ñ) sin el trazo de la virgulilla. Es la eñe, muy española pero 
gallega imprescindible en las labores de Curros Enríquez, Rosalía de Castro, Blanco Amor, Otero Pedrayo o Cunqueiro. La gastronomía gallega  cotiza en valor turístico y patrimonio material sabiendo que es  diferencia marcada con el latir de la esquina autónomica de España. El Noroeste tiene en la Villa y Corte su satélite natural de quinta provincia española. 

Desde el regreso de agosto ser gallego, amigo de Galicia o amante de esta tierra obliga a una Compostela más a sellar en el Centro Gallego de la capital, un referente gastronómico a apuntar como Airiños Gastro. No solo es comida sino brebaje en una de las entidades más carismáticas implantadas en terreno de Felipe VI con ducado de Almeida y Ayuso. Pisar ciento treinta y dos años (132) de historia en plena diana madrileña pone la realidad a golpe de ficción porque la cocina gallega no necesita innovación, le pasa igual a las flores al lado de frascos de colonia, ellas son el extracto de la esencia que conforma la fragancia. Es algo más que apagar la apetencia alimentaria. Toca la sociabilidad, nutre, relaja y llena de sabiduría. Convencernos de que hubo un pasado cultural desde mil ochocientos noventa y dos (1892) y que fue un chocolatero industrial llegado de Lugo el que encendió lo que hoy es el Centro Gallego de Madrid convierte la cita en advertencia de salón. La eleva de capilla a catedral gallega. No, la cocina de la esquina húmeda de España no necesita innovación, ni lo requiere ni lo precisa porque mezclar es lo que peor puede pasarle a un buen producto de temporada, fresco y acariciado con manos regadas por viñedos hermanos de celtas, romanos, demonios y brujas.

Que proliferen y se afiancen los discípulos de la Dieta Atlántica es causa de celebración en estos tiempos en los que se habla de la pérdida de la sustancia y el buen relleno. El Centro Gallego de Madrid está de moda y con él toma presencia su recién inaugurado restaurante con el nombre Airiños, un tipo de gastronomía a compartir amor por la tertulia, el buen vino y lo natural y espontáneo de todo lo que está en las entrañas de su historia. Airiños del Centro gallego de Madrid, da cuchara al invierno que vendrá, tenedor para este otoño y cuchillo del verano que se despide. El local sopla aires del cantar airiños, airiños aires de Rosalía de Castro, nombre de mujer que retumba entre sus paredes por bautizar la voz, la música y el baile de la Agrupación Artística folclórica que se envuelve desde 2023 en el pañuelo del centenario de su fundación. Como ven más de un reclamo para ir. 

Pilar Falcón

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