Escuchar el artículo – En versión móvil hacer click sobre: Escuchar en el navegador
Las damas de los líderes mundiales de la Cumbre OTAN en Madrid en sus sesiones de compras se llevan el imán para la nevera, ese adorno magnético que ponemos en el frigo en recuerdo del último viaje. Su pequeño tamaño, por tanto fácil de transportar, anima a llevar varios y distribuirlos entre amigos y conocidos. Es insustituible como emblema mundial turístico. No perturba el funcionamiento del aparato que enfría y sí pone en ebullición la felicidad con ese subidón hormonal de serotonina que se estimula como alma viajera que pasa por esta vida ampliando horizontes por todo el planeta y no como mueble que colocas para toda la vida en el mismo sitio, como diría Cela.
En otros países está muy claro cuál es el emblema de la nación o de la capital, que caminan parejos muchas veces. La Torre Eiffel en París es el souvenir de más salida en la capital francesa y fueron ellos, los franceses, los que regalaron a Nueva York la Estatua de la Libertad que es el símbolo indiscutible del Estado del Imperio. En Bruselas el sentido del humor de los belgas se impone en las estampas cotidianas y lo dice que el emblema más querido sea un niño meando en una fuente. Algo más de medio metro en una estatua de bronce, que situada en el distrito histórico de Bruselas es referencia para todos los llegados a la capital. Un Manneken Pis que toma varias vidas a lo largo del año vestido con todo tipo de ropajes. Hasta la gaita gallega ha cubierto su postura pública en fechas importantes para los galaicos allí asentados. El lado divertido y provocador ha podido frente al símbolo modernista del Atomium Belga. En Madrid el oso y el madroño está en todas las tiendas y muchos ignoran que es el símbolo de la Villa y Corte. La escultura de cuatro metros posa en la Puerta del Sol y es muy frecuente ver filas de turistas esperando para hacerse la foto de rigor. Nada comparable a la cantidad de disparos fotográficos delante del Taj Mahal en India, el Castillo de Edimburgo, la Sagrada Familia de Barcelona o la Acrópolis de Atenas. Esa contundencia simbólica no la tiene Madrid y, claro, el imán debe ser identificativo a primer golpe de vista. La oferta entre la Puerta de Alcalá, el Palacio Real, La Cibeles y la Plaza Mayor dificulta la decisión y se presta a barajar opciones que son llegadas del pasado como imagen identificativa de país. Esas reminiscencias fagocitan a la capital de España y muestran folclóricas bailando, abanicos y castañuelas. Sigue en vigor el toro de Osborne como símbolo internacional y está entre los más vendidos como imán de Madrid. Ni OTAN, ni otros conceptos estratégicos apagan el reburdeo del toro libre, ese imán que identifica internacionalmente España. Ya no quedan ni osos ni madroños en la capital española; pero somos país de agarrar el toro por los cuernos y defendernos de cabriolas.
Pilar Falcón