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Estamos faltos de pasiones, de ilusiones que nos hagan sonreír al viento y de energías estimulantes con seguridad para salir de nuestra zona de confort. Los pasatiempos compartidos caminan al desuso y, en medio de todo este epitafio, en la lejanía se oyen disparos. Retumban a un kilometro; pero las aves que reposan cerca se lanzan al vuelo a golpe de alerta.
Los cazadores se permiten el respiro de las mascarillas. Ejercido este golpe de gracia se colocan en guardia para practicar el guiño que les hace ver la zona mortal de la presa. Son muchas las similitudes con el momento actual. En una sociedad cada vez más dividida entre cazadores y cazados, esta práctica deportiva viene a representarnos la obra teatral que está de moda.
En el escenario no hay camino recto, se presentan vericuetos, donde los cazadores avanzan con facilidad para llegar a la cima del monte. Los hay prácticos de vestimenta que pasan de tradiciones y costumbres y apuestan por tonos que no sean los marrones y verdes; así se ven matices que dan un distintivo hace años inconcebible. Las novedades aligeran el movimiento y aunque no haya nivel en ellos para conversaciones sobre efectos del calibre o tipos de rifles, acallan sus ganas de disparar para conseguir la presa. Estos batidores saben que lo importante es el arma y no tanto el que la lleva, y apartan las escopetas de un solo cañón y un único disparo para sustituirlas por un rifle Express, uno semiautomático o se sirven de armas combinadas, si lo consideran necesario.
Miguel Delibes decía que la caza es un placer de ida y vuelta. Hoy la ida es liberación por salir corriendo de casa para sentir la raíz primitiva agarrada a las civilizaciones que utilizaban el palo unido a la piedra.
El cazador sabe lo que son los sobresaltos por una codorniz común, un conejo de monte, un pato real o una paloma brava; pero hay mucho jabalí suelto porque existe sobreabundancia de la especie. Esa batida requiere lance con visor, olfato, pies en tierra y mirada de hiena.
Como en la vida misma, se limitan las especies cazables y volvemos al principio, a la caza como un acto de supervivencia. Algunos están en plena temporada, muy conscientes de que la caza mayor aumenta por los pocos depredadores naturales que tiene, al contrario de la caza menor que sigue disminuyendo. En esta mezcla de seres vivos que compartimos la naturaleza, las fincas cerradas aseguran lo que abarcan y sus movimientos.
Es temporada de caza, de escuchar disparos allá y tiros que matan aquí mirando muy bien la limitación de las especies, porque a la paloma común, por ejemplo, ni tocarla. Aumentan los contagios en toda España y sigue el revoloteo de imprevisión de las administraciones, faltan caras de sinceridad y abunda la depresión y la ansiedad, la sordera hacia la ciencia y los recortes a la sanidad.
Hay que buscar la pieza, levantarla, cazarla, derribarla y cobrarla. Así ese placer de ida y vuelta al que se refería el escritor y cazador vallisoletano cierra el círculo.
Pilar Falcón