Gibraltar no tiene pateras – 30/08/24

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El verano prolifera en conversaciones con temática de actualidad. Pasada la comedia de Puigdemont se estimula la charla sobre emigración subsahariana. El parloteo está servido bajo una higuera, en una terraza urbana, flotando en el mar o en la piscina, en el coche, por el teléfono móvil o paseando. El caso es que a Gibraltar no llegan pateras. 

Hablar nos distingue del resto de seres vivos porque tenemos lenguaje desarrollado, memoria, imaginación, creatividad, conciencia para evaluar acciones futuras y, además, cultura. En verano  simplificamos  esquemas y prejuicios y nos adaptamos a la actualidad. Es momento de pasear las opiniones y hasta entablar alguna discusión que amenice el rato. Y hoy en España es difícil no dedicarse con particular intensidad al número de llegados y no precisamente para hacer el Camino de Santiago. El tema atempera los ánimos y los sentimientos salen, incluidos los negativos. El odio aporta fuerza, el rencor agudiza el ingenio, la envidia se convierte en un motor y la ira sirve para quedarse momentáneamente satisfecho. El tema es que no solo son sentimientos y a veces se hacen llegar los efluvios de la indignación con heridas para las partes. Requerir expresión y acción da lugar a actitudes hipócritas, histriónicas o delatoras en las que uno percibe que el resentimiento es autocomplaciente de cara a la galería. Los que se atreven a hablar de invasión auguran que los llegados por mar conquistarán la tierra. Los hay que recuerdan la llegada de la clase media en los 60 y que los españoles llevan construyendo en los últimos 80 años una forma de vida con tantos motivos de aplauso que no se merece que vengan ahora a perjudicarnos con otros estilos, vandalismo y religión de guerra contra los que no la ejercen. No falta la argumentación de la escrupulosa y ordenada emigración española de los 60, con la insistencia de que hay que recordar que aunque nazca uno en Suiza no será suizo, y tampoco Qatarí, o de Abudabi, si allí viniste al mundo. Llegados a un punto álgido del corrillo veraniego suenan interrogantes como ¿A mi me dejarían entrar en Senegal si fuera como Qatar que le sale el petróleo por la orejas ? O Marruecos ? Hay que proteger el estilo de vida español, como se protege a la vaca gallega Cachena, la siesta, la Dieta Atlántica o el lince. El que no quiere mucha discusión saca el tema de la globalización señalando que no es estar en contra pero que no se puede juntar churras con merinas porque el rebaño se queda sin valor. Se escucha que es una pena que alguien tenga que salir de su tierra para buscar alimento, medicinas y libertad; pero los inmigrantes que vienen, ya no buscan eso sino que quieren IPhone 15 Pro Plus, Guzzi, y vivir del estado del bienestar español, sin por supuesto llegar a tener que tributar en IRPF.

Del Peñón de Gibraltar a la punta de enfrente en África la distancia es de trece kilómetros. Resulta al menos curioso que las pateras sean capaces de cruzar diez veces más de distancia por el mar de Alborán o bastantes kilómetros más hacia el oeste hacia Tarifa o la costa de Cádiz en vez de cruzar a territorio de Reino Unido. Esto no tiene otra explicación que la labor que desempeñan las fuerzas del orden británicas. Las propias patrulleras gibraltareñas, de los hijos de su majestad, los empujan un poquito más allá, hacia la bahía de Algeciras o hacia Sotogrande y la provincia de Málaga. Llegados ahí, el deseo de protección domina la conversación y es unánime que el miedo espanta.

Pilar Falcón

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