Escuchar el artículo – En versión móvil hacer click sobre: Escuchar en el navegador
El síndrome de Estocolmo ha dado mucho que hablar y escribir, sobre todo, por ser hoy día algo generalizado en contra de lo que es normal. Son hechos que, cuestionables o no, alientan el comportamiento futuro. Que el síntoma prevalezca es la cuestión; pero ahora mismo estamos bajo el efecto de la mascarilla que se va. Víctima y captor caminan como imán que atrae y expulsa. Llegada la libertad se manifiestan la atracción y el mono. Se le ha tomado cariño al captor y el cautivo presenta variables que se han ido en el proceso. El tiempo al exterior con máscara ha supuesto experimento y análisis y los diagnósticos salen ahora. Los hay que se despegan, intermitentes y los que respiran por haber llegado a la meta.
El vínculo positivo con la mascarilla lleva a continuar usándola. Tanto nos hemos apegado emocionalmente con el elemento que somos formadores sumisos, estimuladores de desarrollo y rehenes de contacto continuo con ese elemento que se nos ha pegado y al que tratamos amablemente. No ha habido abuso físico ni amenaza verbal. Después de todo esto, hemos desarrollado sentimientos de simpatía por sus causas y por sus metas. Hemos entendido que la víctima aterrorizada necesita seguridad, protección y esperanza y que ello lleva a ignorar el lado negativo. Si la vida se siente controlada por otros y la infelicidad con la circunstancia es un hecho, el síndrome llega como respuesta a una amenaza ineludible para la supervivencia. Esos cruces nos pesan y necesitamos fe para no temer lo que pueda venir.
La indefensión aprehendida ha implicado empatía y aprecio inconsciente ante el secuestrador que nos ha alejado del aire circulante. El síndrome de Estocolmo acuñado por Nils Bejerot, psiquiatra asesor de la policía sueca, se fijó en el secuestro realizado el 23 de agosto de 1973 al Banco de Crédito de Estocolmo. Fue aquel un secuestro a mano armada de seis días que incluyó a tres mujeres y un hombre como rehenes. Los cuatro acabaron defendiendo a su captor incluso una vez terminado el juicio. Patricia Hearst, la heredera del imperio de comunicación americano, fue el caso más conocido. La joven fue secuestrada por un grupo revolucionario, la familia donó los millones solicitados; pero nunca la liberaron. La propia víctima participó como integrante de la banda en el asalto a un banco de San Francisco. La condenaron a siete años a pesar de la alegación de su abogado como síndrome de Estocolmo. Dos años más tarde el presidente Jimmy Carter, convencido de lo argumentado por la defensa, intercedió para absolverla de todos los cargos. La salud y la estética con sus complejos añadidos se unen en esta etapa. No hay tratamiento eficaz para poner cara a la vida. Existe en psicología una ley científica que dice que una persona que ha dado una respuesta determinada a cierto estímulo también dará esa respuesta a estímulos distintos del estímulo original siempre que sean similares a los estímulos primeros.
Pilar Falcón