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Los jardineros se hacen imprescindibles, sobre todo, en otoño. Hay mucha hoja caída que recoger y mucho que podar. Se les necesita y ahí andan, con soplador y aspirador en mano, haciendo montículos que pueden ser el mantillo ideal; aún a riesgo de no desechar las hojas de árboles enfermos. Esta estación acarrea la mala fama de hablar de depresión, de ocaso, de declive y de decadencia cuando, en realidad, supone renovación para curar los daños causados por el calor estival. Es, por tanto, momento de reparación y puesta al día. Y ello lleva a nuevas plantaciones que tendrán tiempo de aclimatarse a la tierra y a su reciente ubicación antes de que llegue el frío más intenso. El otoño es también trabajo mental de poner las expectativas en reproducir plantas y en hacer esquejes siempre teniendo muy en cuenta que se necesitan hormonas de enraizamiento para asegurar brotes con fuerza. No hay que olvidar que existen telas antiheladas, que no son más que mallas térmicas que protegen de las condiciones externas como el frío, la nieve, el hielo o la escarcha. Que todo irá llegando, por mucho cambio climático que se escuche en la agenda 2030 adoctrinándonos por todas partes.
Otoño y sus colores en rosa brillante, ultravioleta, azul eléctrico, verde oliva, naranja, mostaza, color piel, negro, granate y el rojo pasión. Un espectáculo en la tierra, sin intervención de los humanos. Las hojas se caen porque ya no son útiles en la fotosíntesis; pero estos desechos también se pueden poner en uso para prevenir y evitar la aparición de malas hierbas. Todo un trabajo de selección que tiene semejanza con el vigor y andar del panorama político.
La oposición restablece fuerzas y ejerce la renovación con caras diferentes que cubren los mismos contenidos. Esperando la primavera hay caída otoñal en la sede del Partido Popular en Génova 13. El Alberto que llegó triunfante de la esquina húmeda de España ha pasado el camino del desierto, está transformado y, como el pueblo de Israel, se plantea ejercer el yo interior con lo sabido-sabido del contrincante. El Feijoo galaico que habla ya es conocedor de cómo calienta el calor agostero madrileño y como el maná hace milagros. Un sol que daña sí; pero que advierte que el otoño es medicina restauradora, a la altura de la toxina botulínica que plancha repliegues y rugosidades de más de un rostro público.
En el tablero vasco las elecciones autonómicas de primavera, posiblemente a finales de mayo, ponen el otoño más cambiante de las últimas convocatorias electorales. Pedalean las dos principales fuerzas políticas y dejan caer las hojas del PNV y EH Bildu. El árbol de Euskal Herria presenta nuevo ciclo político sin Iñigo Urkullu, buscando su cuarto mandato, y sin Arnaldo Otegi como cabeza de lista independentista e imagen sangrante de una Historia de España que limita sumar papeletas de aquellos que tienen memoria y que, en cambio, estimula a los que, cada vez más, desconocen sus numerosas condenas por apología del terrorismo y colaborador con ETA. Otegui se deja podar su pasado y no será candidato en los comicios 2024 para Ajuria Enea, un ejemplo más del trabajo multidisciplinar que viene ejerciendo la formación abertzale esperando nuevos tiempos. En las elecciones del 23 de julio el PNV solo superó a los aberzales por nueve mil votos. La lucha está enraizada y las encuestas sitúan codo con codo a las dos formaciones. El otoño, como ven, necesita de los jardineros.
Pilar Falcón