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Ya no todos tenemos la misma foto mental cuando hablamos del libro. Un año más celebramos su día con el señuelo tradicional de lomo y hojas; pero la realidad virtual nos tiene metidos en las nuevas tecnologías, que permiten ejercer la lectura desde la pantalla de un ordenador, de un teléfono, de un ebook, o de una tablet. La gran diferencia es que cualquiera de ellas nos permite viajar ligeros con una biblioteca de miles de volúmenes. Lejos queda la representación quevedesca de don Francisco trasladándose a sus dos exilios en Torre de Juan Abad en Sierra Morena, a unos 40 kilómetros de Valdepeñas, o al que sería su tercer destierro enviándolo a Uclés, con mulas llevando un carro de libros y repletas las alforjas de su jaca, que caminaba a ritmo de buey. Al escritor y Caballero de la Orden de Santiago la biblioteca andante del siglo XXI le hubiera facilitado su vida, alegrado su espíritu y enriquecido su obra. Él, que es la mejor apología de los libros y la literatura tuvo una existencia entregada al goce de la lectura y alejada de las intrigas sociales, políticas y de palacio con más de siete años en esa diminuta villa situada en pleno Campo de Montiel a donde fue desterrado por ser lacayo y secretario del duque de Osuna, que había caído en desgracia. Quevedo llegó en 1620 a este aislamiento, cuando tenía 40 años de edad.
La pasión por la lectura marca a los más grandes escritores y las modas no están presentes, al menos como tendencia que dirige la lectura.
Luis Borges, ya mayor y ciego, encontró lector sustituto de su anciana madre en la librería Pigmalión de Buenos Aires, que vendía libros en inglés y alemán. El lugar era frecuentado también por Bioy Casares y Alberto Manguel, quien había tenido el sueño infantil de ser bibliotecario, no lo fue nunca pero llegó a catalogar importantes bibliotecas y a ser descrito como el Don Juan de las Bibliotecas. Algo que había conocido muy bien Jorge Luis Borges, por haber desempeñado ese trabajo.
Alberto Manguel ha vivido siempre entre libros y habla del biblioburro en “La biblioteca de noche”, toda una referencia a la Historia de este gran objeto y en “Conversaciones con un amigo” recuerda lo trascendental que fue para él convertirse en lector de Borges.
Hay vidas que toman sentido a través de la lectura y que se han convertido en enfermedad lectora durante su recorrido vital; por eso todos aquellos que han sido bibliotecarios merecen un reconocimiento como lectores, alejados de la distinción de escritores. Uno escribe lo que puede y sabe pero lee todo lo que quiere. Entre los escritores que han pasado por el desempeño del trabajo de bibliotecarios están, además de Borges, Lewis Carroll, Stephen King; Goethe, Georges Bataille, Hermanos Grimm; Charles Perrault, Ruben Darío y Marcel Proust. Es sólo una pequeña representación para concluir que algo debe decirnos en la semana de celebración del día del libro.
Pilar Falcón