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A Quim Torra la Historia le va a hacer un flaco favor si se ciñe a lo estrictamente correcto. El muy honorable Joaquim no ha contribuido a que el país creciese económicamente, ni a que fuese un lugar seguro y, desde luego, no ha ampliado las perspectivas de un mejor futuro para sus ciudadanos. Sabido es que ser un buen político va más allá de que la población esté totalmente contenta; pero unir a los gobernados facilita convivir, eso sin destacar que siempre hay que contar con legitimidad.
Josep Tarradellas afirmaba que en política se puede hacer todo menos el ridículo y su ”Ja sóc aquí», como recuerdo de su retorno, se convierte hoy en mirada a Quim Torra para informarle de su regreso a casa antes de Navidad, con tiempo para ir preparando el turrón y el cava. Abandona palacio y regresa a la familia dispuesto a recibir órdenes de cortar el césped e ir a buscar el pan. Muy asumible, debe pensar, si lo compara a admitir retirar lazos amarillos y pancartas de apoyo a los presos.
Son tiempos que demandan buenos políticos y, mientras tanto, el Supremo ha venido a poner en valor la diferencia entre libertad de expresión y desobediencia. El alto tribunal inhabilita al presidente catalán por negarse a asumir una orden de la Junta Electoral Central, en plena campaña electoral. La decisión ha traído momentos laureados por tratarse de una votación unanime, cuando estamos acostumbrados a las discrepancias y enfrentamientos de toda índole y condición. La condena da brillo y esplendor a los tribunales de justicia, en constante entredicho desde hace tiempo.
Velar por la convivencia no está de moda y ahí Cataluña tiene mucho que decir. Este año el acto a los nuevos jueces dejó un polémico ¡Viva el rey! sin estar presente el monarca. Queda la duda de si la petición para que el grito fuese coreado hubiese tenido el mismo efecto mediático con la presencia del jefe del Estado. Hay ausencias que son presencias institucionales y esas presencias de una ausencia tienen igual legitimidad que una bandera, un escudo, un himno, o un voto por correo. Analizar la escena oficial supone conceptualizar el Estado como campo de batalla. Los movimientos sociales van y vienen y como estamos en la ola de la imprevisibilidad no choca que un republicano llamado Pablo pidiese al rey Felipe VI que intercediese para conseguir formar un gobierno de coalición con el PSOE y que ahora, junto con el ministro Garzón, hablen de “interferencias por maniobras contra el gobierno democráticamente elegido” acusándolo de incumplir el principio de neutralidad que marca la Constitución. Y todo por llamar para explicar su ausencia en el acto de entrega a los jóvenes jueces.
El rey simboliza la unidad y permanencia del Estado. Tenerlo marca territorio y eso lo saben muy bien los que quieren eliminarlo. Estamos rodeados de expresiones rituales, tanto es así que el ya ex presidente Quim Torra afirma que presentará recurso de amparo al Tribunal Constitucional argumentando que la condena ha vulnerado derechos fundamentales como el de la libertad de expresión.
Pilar Falcón