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Como toda Semana Santa que se precie la pasamos mirando al cielo. Nos preguntamos si llueve y también quién es quién. Las nubes y las cofradías se acumulan en la atmósfera con la condensación del blanco, el rojo, el verde, el azul, el amarillo y el morado. Nos observan ojos que saben del Interés Turístico Internacional de nuestras procesiones; mientras desfilan condenados por delitos religiosos esperando no ser vistos como capuchones del ku klux klan.
Exportamos devoción religiosa a ritmo de La Saeta de Machado. Otra duda para estas procesiones ¿es de Manuel o de Antonio Machado? Entre hermanos anda la confusión de los jóvenes, y no tan jóvenes, que escuchan el lloro entonado por el cristo crucificado en el poema que recrea Joan Manuel Serrat. La saeta es fruto del menor de los Machado, el Antonio que idealizó a la Unión Soviética y se aproximó al socialismo como esperanza para el futuro.
Antonio es el andaluz que no extraña otras tierras y dice tener patria donde corre el Duero. Él es Castilla en el alma de España como correspondía a la generación del 98. Busca allí su alma y la del país. Un hombre del rural, que procesionó con «Campos de Castilla» reduciendo todo a la impresión y a la melancolía por el tiempo. La saeta teje entre la vida y la muerte y es crítica convertida en himno. En Antonio el ser humano es tiempo humanizado. Si su hermano Manuel es el andaluz atrevido él es el castellano reservado con visión particular del Cristo que sufre y prefiere al que anduvo en la mar, el Jesús hombre, el de los milagros y lejos del sangrante que se rememora cada año.
España es sol y procesión, plegaria y rezo dirigido con saeta. Es en estos días donde el termómetro pregunta si es Antonio o Manuel el autor de la saeta, si es Caifás el que fragua el asesinato de Cristo o lo es Herodes o lo es Poncio Pilatos. Los protagonistas están en la entrada a Jerusalén, en la Última Cena, en el Viacrucis y en la muerte y resurrección del llamado Emmanuel. El conocimiento de esta parte histórica va a menos y la conmemoración cristiana anual de la Pasión de Cristo viene a convertirse en el verdadero Salvador de nuestra religión, una clase que lleva camino de la extinción. No solo es tiempo para celebrar la esperanza y la nueva vida con la resurrección de Jesús de Nazaret, lo es también para nutrir nuestro saber con una parte clave de la humanidad. Se recuerda un antes que prohibía comer chocolate y tomar alcohol antes del Domingo de Pascua, que paraban las fiestas, que a la música escuchada se le reducía el volumen y que había que evitar los juegos de azar. Y comer carne roja en Semana Santa era mal visto porque se buscaba representar una forma de honrar el sacrificio con el símbolo de la carne de Cristo. El pasado habla de ayuno y abstinencia para los católicos incluso entre los vicios a evitar estaba el vestirse de rojo porque se podía ser poseído por el diablo. Pero hete aquí que salir a las 3 de la tarde suponía ser expuestos al castigo divino por la hipótesis de que Jesús murió a esa hora.
Las buenas obras y milagros que realizó el hijo del carpintero seguidas de la cena de Jueves Santo, del camino a la cruz en Viernes Santo, del silencio, del luto y de la reflexión del sábado nos lleva a la fiesta más importante para los cristianos con la resurrección del domingo. El 85 aniversario de la muerte de Antonio Machado trae una saeta que, de momento, sigue colocando a España en el mapa.
Pilar Falcón