Escuchar el artículo – En versión móvil hacer click sobre: Escuchar en el navegador
La fama de España habla de festivos y puentes. Una clasificación asumida, aceptada y practicada por los propios con la mejor de las sonrisas. Esta semana cerramos el año con uno de los becerros de oro en la clase trabajadora y, una vez más, se evidencia que las ideologías no cuentan a la hora del disfrute de los feriados. La Constitución recoge que toda persona tiene derecho al descanso y al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. El no tenerlas va en contra de la salud del ciudadano, y ahí se podría poner de ejemplo el consumo de optalidones y aspirinas en los años ochenta. Con casi toda seguridad, aquellos fármacos estrella del botiquín familiar, fueron consumidos en días inhábiles.
La Constitución y la Inmaculada Concepción son como la mahonesa. Emulsionan en estos días a toque de sal y limón para dar consistencia al puente más largo del calendario español. Una mezcla de asueto que disfrutan los religiosos y los no practicantes de la Carta Magna de 1978, esos salteadores profesionales de las hogueras de San Juan que se van a Suiza al albor de los días no lectivos españoles. A la hora de la inactividad ni los principios ni las ideologías impiden agarrarse al hacer sin horario laboral. Pensar en la Constitución es asociarla a la separación de poderes y a la garantía de los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos en el marco del Estado. Los festivos del calendario nos vienen marcados por cada ayuntamiento, por la comunidad autónoma a la que pertenecemos y por los días festivos, no recuperables remunerados, y que son de carácter obligatorio.
No es cosa de avezados, ni de sabiondos, ni de listillos. La realidad evidencia hechos. Por una parte que la Carta Magna no es el único texto escrito y por otro que ese texto allí donde existe nunca se refleja de manera plena en la realidad política y social de los estados. Ya se sabe que hay países sin Constitución y no se precisa agarrar lupa o microscopio en España para concluir que vivimos como si no existiera el reconocimiento de la separación de poderes.
Se ha señalado reiteradamente a los andaluces como ociosos, un tópico más que en este caso responde al pasado de los muchos jornaleros andaluces que había. Hoy son más marroquíes y hondureños. Ejercían el trabajo en los pocos días del año en que lo había, que eran pocos. El olivar ocupa, un par de meses y otras épocas son para el trigo o la vid; pero durante muchos días no tenía apenas trabajo que hacer, es decir se encontraba ocioso. El calor andaluz de verano pide sensatez de sitio fresco y descanso, al menos en gran parte de las horas de mayor calor y también en muchos meses del año. Todo ello se une al gusto andaluz por las fiestas, tanto religiosas como profanas. Y me dirán ustedes ¿a qué viene Andalucía? Pues porque el puente más largo de España está en esa región con 5 km de longitud, 3 de ellos transcurriendo por encima del mar. Se trata del puente de la constitución de 1812, también conocido como Puente de la Pepa. Cruza la bahía de Cádiz uniendo la ciudad con Puerto Real. En su inauguración, en 2015, se dijo que era el segundo puente atirantado más grande del mundo. No es conocido a nivel mundial como lo es el Golden Gate de San Francisco o el puente de Brooklyn de Nueva York, pero es más largo que ellos. Esta semana de diciembre tiene más días libres que laborales. Un puente a la altura del de la Pepa.
Pilar Falcón