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La frase de moda «trabajo desde casa» incluye una de las preposiciones más usuales. Desde es explicación de lugar aportando que estamos en un sitio pero podemos ir a otro, por tanto, da proyección. Más acertado a la realidad sería decir «trabajo en casa» porque coloca entre cuatro paredes. Informa de ubicación como cuando necesitamos localizar el móvil o facilitar coordenadas para que puedan localizarnos.
Nos hemos asentado caseros y desde ahí miramos un mundo que late a ritmo de fragilidad. Realizamos las horas de oficina en casa, por lo que lugar y tiempo están unidos y, nunca mejor dicho, no vamos a ninguna parte.
En el pasado la situación idílica de cualquier empleado era desempeñar parte del horario laboral, o todo él, estando en casa y hoy es la realidad. Ha pasado de complemento a suplemento. No suma tanto como se esperaba sino que ha venido a liquidar vivencias. Los ingredientes que querían ayudar al cuerpo en la falta de vitaminas y minerales por el consumo de alimentos procesados en las comidas fuera de casa hoy carecen de nutrientes y afectan a la mente. Se ha dado personalidad a la tecnología y de ella dependemos para casi todo y nos hace más vulnerables que nunca.
A la mezcla de horarios familiares y laborales hay que unir el desequilibrio emocional, que la gente quiere ir a desempeñar su oficio y que el teletrabajo es un buen complemento; pero no una alternativa para la felicidad y la armonía. Las declaraciones de los teletrabajadores evidencian que se prefiere actividad presencial, mirar a los compañeros en dos metros de distancia y reír a mandíbula batiente con mascarilla puesta. Eficiencia y responsabilidad no están unidos en esta etapa de trabajo por ordenador y tampoco lo está la privacidad, por mucho que el aislamiento ocupe más espacio. No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa, decía Ortega y Gasset. En preguntar están muchas respuestas porque una manera de mirar al frente es siempre con el dominio de la pregunta. Sabido es que las preguntas liberan y las respuestas, la mayoría de las veces, esclavizan; de ahí el dicho tantas veces repetido indicando que uno es esclavo de lo que dice.
Estos tiempos van ganando individuos dóciles y acríticos. Aumenta el individualismo hasta llegar al narcisismo y con ello se va impidiendo la fuerza del sentido colectivo. Estamos perdidos y metidos en la confusión entre utilidad y sentido. Se podría hablar de estupidez porque es una manera de quedarse en lo obvio. Por ejemplo, miramos las Perseidas todos los veranos como la lluvia de estrellas más importante del año y esa belleza promete en el futuro tener la fuerza de llamaradas solares que dejarán colapsada la tecnología. La estrella central de nuestro sistema solar lanza tres fogonazos diários y en 2025 tendrán el apogeo con verdaderas tormentas que ya se manifestaron en el siglo XIX dejando destrozada la primera forma de comunicación eléctrica del momento, conocida como telégrafo. Hoy internet sería la extinguida y con esa desaparición nuestra vida, si nos queda, tendría otra manera de mirar la lluvia luminosa que, este mes, nos da el cielo hasta el 24 de agosto. La mejor noche promete ser el trece de este mes con ubicación Norte-Este.
Pilar Falcón