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El actor Luis Zahera, su nuevo Goya y la película «As bestas» me han transportado a la niñez. Aquella en que el verano hablaba de libertad con crines al viento de los caballos salvajes, y donde un joven ganaba siempre la carrera de jinetes en O Campo do Oso. Ese era el decorado del acontecimiento y por su nombre resultaba obvio suponer que en el pasado algún osezno habría pisado las empinadas laderas. Nunca había oído hablar de eso; pero mi voto de fé al lugar me hacía partícipe del pasado a pesar de saber que no era lo esperado en el anunciado plan estival. Que la celebración fuese el último domingo de junio daba muchas posibilidades al buen tiempo.
La colaboración era clara y manifiesta entre los Ayuntamientos de A Pastoriza y Mondoñedo. Una norma no escrita aconsejaba asistir a media mañana y no abandonar tarde el lugar. Todo ello lo sabían mejor los aloitadores; pero también las bestias, y, mucho más, los asiduos visitantes. La montaña sigue limpia de árboles, los arbustos siendo escasos y pequeños, la hierba brillante y el camino de tierra temeroso por poder llenarse de barro con la lluvia. El cartel anunciador proclamaba entonces salida de jinetes, bajada de los animales, corte de crines y marcado de los ejemplares en el curro.
Los caballos de pura raza gallega tienen cabeza pequeña, orejas cortas, pelo largo oscuro, temperamento dócil, frente que se podría decir de más de cinco dedos y abundante tupé. Allá a los lejos ofrecían plano cinematográfico corriendo en manada y levantando polvo de verano. Siempre me pregunté cómo no se caían por el desnivel del terreno y cómo se producía la aceleración con el pegado de unos cuerpos con otros. Yo miraba como si fuese el zoom de una cámara, a falta del sonido de las suelas de los cascos. El momento de la secuencia no sería igual sin una crin y una cola poblados, con melena suelta, fuerte y gruesa.
Pronto los tuvimos delante, robustos y pequeños. El trote no había llegado a galope y lo paró el cercado, allí se aglutinaron y los aloitadores se convirtieron en protagonistas. El hombre y el caballo en desventaja ambos y metidos en el curro. Al salir del encierro olían a churrasco y cortados los flequillos se mostraban
ojos expresivos, castaños y negros, y labios gordos. Había alerta en la mirada por el dolor del marcaje. Hoy me dicen que se hace con nitrógeno líquido en menos de un minuto, y que permite un mejor dibujo.
La niebla puso el punto onírico y «As bestas» dejaron de ser de cuatro patas.
Pilar Falcón