Felices Luces – 02/12/22

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Como cada fin de año nos metemos de lleno en época de tendencia natural a la bondad. Es como un acto de contrición, de sacramento de dolor por haber ofendido durante todos los meses pasados. Llega diciembre y con este último mes se encienden las luces de Navidad y los mensajes misericordiosos y tolerantes.

La brillantez lumínica de este año viene a deslucir las sombras de premoniciones que nos han tenido entretenidos en los otros once meses. Son destellos, flashes de relleno para equilibrar el tan prometido invierno negro, ese que nos han adelantado sin haber para que al final resulte que haya algo. Ocurre que mientras está todo por suceder la impresión se agranda y se convierte en la posibilidad llevada al infinito. Entonces el estado perfecto es el de la espera que, muchas veces, se acompaña de la ignorancia que puede ser, o no, lo mismo que el desconocimiento. Pero no hay que confiarse e igualar conceptos.

El ambiente ya navideño pide escribir de felicidad olvidando los sinsabores de los últimos años, esa felicidad que sale en los medios de comunicación con el atractivo de burbujas de champagne que brindan vestidas con la otra gran ilusión de moda en diciembre que es la de la lotería. Otra espera infinita, por cierto.

El gran valor de la oscuridad es lo que viene a poner en claro, lo que hace ver, sentir y, fundamentalmente, lo que obliga a tocar. Ahí sigue Ucrania que tras los ataques rusos sabe lo que es dejar fuera de servicio las centrales nucleares por primera vez en 40 años. Y en la otra cara están los brillos americanos de la Casa Blanca. Allí se multiplican los vatios con los setenta y siete árboles (77) instalados por Joe Biden y su esposa, o el Vigo lustroso con once millones de luces que ha puesto en evidencia la euforia colectiva por buscar algo más que luminotecnia.

Son las caras de una misma moneda en un mundo que es el que nos toca habitar. Un quizá y un acaso se preparan para regalos bajo el árbol navideño. Las guirnaldas con ahorro eléctrico en Kiev, en Ucrania, ponen la puntilla y la estrella del pico del árbol, huelga decirlo, está apagada. Cuando queda mucho por suceder jugamos con la impresión como infinita posibilidad. A estas alturas de lo vivido nadie duda que el estado de la espera invade el mundo y que en esta parálisis los goles entran en la red sin portero o en la que el portero no hace nada. El fantasma que recorre Europa ya no es el que Marx y Engels concretaban en 1848 en «El Manifiesto Comunista». Aquel espectro del comunismo hoy tiene forma de sumisión con votantes ofrecidos ante tanta demagogia. Una demagogia sobre el sentido de aquello que siempre ha sido La Verdad con mayúsculas, o también era la responsabilidad para no caer precisamente en la insensatez y la irreflexión. Felices luces tengamos.

pilar Falcón

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