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Cuando éramos niñas jugábamos al fútbol sin saber lo que era un tiro libre o de esquina, un saque de puerta, un despeje o una tarjeta roja, y mucho menos el fuera de juego. Este mundial con la lupa puesta en la posición adelantada promete tiro seguro y tiene mucho de euforia colectiva. El júbilo lleva a apagar la temática sobre derechos humanos y destaca habilidades, equipo y contribuciones individuales; pero este mundial me sugiere las reglas básicas del balompié cohabitando con goles que sobrepasan el estadio Jalifa. Me lleva a la memoria del recreo con libertad y, sin duda, viene a salvar los restos del naufragio que envuelve el paquete QATAR 2022.
La Copa Mundial de la vergüenza es una calificación que ha ido a más por varios organismos internacionales y medios de comunicación. Se han puesto las leyes de Qatar en el foco de violación de los derechos humanos, sobre todo entre los migrantes, mujeres y miembros del colectivo LGTBTQ. Todos ellos discriminados en la ley y en la práctica.
La nación arábiga está en voz de todos y desde el domingo retumba el grito de los abusos que sufrieron aquellos trabajadores que hicieron posible ocho estadios, una ampliación del aeropuerto, un nuevo metro y hoteles e infraestructuras varias. Resuenan las tarifas de contratación ilegales como el robo de salarios, lesiones y muertes. Toda una reivindicación que impulsa el atrevimiento a preguntar ¿dónde estaba en el Campeonato Mundial de Rusia en 2018? Un campeonato que supuso un antes y un después de la pandemia de Covid-19, que hizo de las eliminatorias, al menos las sudamericanas, un ejemplo de muchos partidos jugados a estadio vacío. Hoy el anterior anfitrión del Mundial de Fútbol está vetado por la FIFA por invadir Ucrania. Nada es igual a Rusia 2018 ni siquiera la celebración en junio y julio, estando ahora en las puertas del invierno. Con Rusia la Federación Internacional de Fútbol empezó una concesión que no parece estar en vigor respecto a diligencias en derechos, que se dicen humanos queriendo decir fundamentales. Hoy muchos de los que lanzan proclamas sobre la legalidad en Qatar se callaron durante el Campeonato de Putin y también entonces había restricción a reunirse en grupo, un deterioro visible de la seguridad de los defensores de libertades en el país y ONG diversas sufrían ataques y limitaciones en su desarrollo. Sin hablar de torturas y persecución a periodistas, gays y la despenalización de la violencia intrafamiliar. La FIFA se ha negado durante muchos años a aceptar responsabilidades en relación con los derechos de las personas afectadas por sus eventos. Se lanzaron comprometidos objetivos y aquí estamos diciendo ¡Viva Qatar! sin respetar cuando hablábamos de hacer equipos para jugar a la pelota. El recuerdo y el presente sólo se parecen en que se perdona meter la mano.
Pilar Falcón